Alzheimer

Alzheimer: cómo ayudo a mi mamá a tener recuerdos

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Por Inés González
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Poco a poco la madre que me tomó la mano, me empezó a tender la suya para que yo la guíe. Y cuando el médico dijo “tiene Alzheimer” supe que iba a ser yo la que tratara de conservar sus recuerdos.



Junté toda la información posible, aprendí de las etapas de este mal degenerativo. Pero… ¿qué seguía después de eso?
Lamentablemente, no hay una guía a la que echar mano, casi nadie explica al familiar de un enfermo de Alzheimer cómo manejarse, y es poco lo que el médico me aconsejó.

Así que les voy a compartir lo que hice, lo que hago cada día para sobrellevarlo. Vivo el presente y alimento su memoria con trucos sencillos que están a mi alcance. Para empezar, puse a la vista un almanaque grande donde le muestro cada mañana qué día es, qué mes y qué año.

Una tarde, le pregunto si recuerda cómo tejer y me mira extrañada, pero al otro día, cuando mágicamente toma las agujas después de observar cómo lo hago yo, y los puntos jersey se van enlazando uno a uno entre sus manos, siento una alegría incomparable. Y así cada logro ínfimo se vuelve importante, cada momento de lucidez es celebrado.

Mi estrategia es no dejar que su mente, además de olvidadiza, se vuelva perezosa, ya lo dijo Albert Einstein, “la mente es como un paracaídas, sólo funciona si se abre”. Por eso invito a mi madre a sentarse mi lado y le dicto la lista de compras, le pido que escriba los nombres de sus hijos y nietos y por las noches, muchas veces cambio mi lectura favorita o dejo que se acumulen las cosas pendientes, por jugar una partida de canasta con ella.

Hablamos de los ingredientes de las comidas, recordamos a mi padre, siento que hurgo en su mente como si buscara un tesoro, el tesoro de un recuerdo grato, y tal vez esté bien, porque la veo sonreír en esos instantes fugaces.


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Le conté al neurólogo mi forma de terapia y me contesta que estoy en un buen camino. Pero me dice algo que ya sé: nada puede detener el Alzheimer, aunque sí puedo complicarlo con estos atajos, no hacerle tan fácil el proceso del deterioro.

Tal vez llegue pronto el día en que no me reconozca, y espero estar preparada. Para no sentirme tan desamparada, estoy tratando de practicar el desapego, esa palabra tan amada en la filosofía oriental y a la que ahora adhieren cientos de pensadores y psicólogos alrededor del mundo.

Me digo y repito a mí misma que no debo aferrarme a lo que fue, debo tomar el hoy sin pesar, sintiendo que cuando se vaya (una parte de ella ya partió) podré ser feliz sin ella, y celebrar lo que mi madre fue para mí.